Hola bloggeroooooooooooooooooooos!! ya estoy de vuelta!! bueno, lo primero, perdonad esta ausencia, pero no he tenido mucho tiempo de pasarme por aquí, pero ya estamos a tope de nuevo! lo segundo, espero que hayáis tenido unas muy buenas vacaciones, y si, como yo, os ha tocado pasarlas estudiando, ánimo, que ya nos queda poquito! Ah, por cierto, lo que dijo mi GRAN amigo Manolo de mi reducción de pecho, es mentira, no os emocionéis, mis senos seguirán siendo más grandes xD.
Antes de dejaros un nuevo capítulo, quería comentaros que he pensado un cambio de nombre para la novela, que pasaría de ser Net-World a El mundo tras el cristal; me gustaría saber vuestras opiniones :)
aquí os dejo el siguiente capítulo!! nos leemos en un ratitooo! un besitoo plebezuelooos.
CAPÍTULO 15. LA ESTAMPA MÁS BONITA DE LA TIERRA.
Venecia… preciosa ciudad. Ayer llegamos a Italia, y, por suerte Noemi se quedó en Madrid. La verdad es que esto es un lujo: mis amigos, libertad, mi hermana, Mireia… Mireia. Hoy va a ser un día importante, lo presiento. Estamos en el ferry, llegando al puerto veneciano. El sol matutino se refleja en el agua, y la plaza de San Marcos se divisa a lo lejos. Miro a mi lado y veo a Mireia, sentada. Lleva las gafas de sol, pero sé que me mira. Sonríe y le devuelvo la sonrisa. Unos minutos después, llegamos a puerto. Bajo del ferry, y tiendo la mano para ayudar a bajar a Mireia, primero y a mi hermana, después. Caminamos por el paseo, y multitud de puestecillos aparecen ante nuestros ojos. Vamos tranquilos, a paso lento, parándonos a mirar todo, como niños pequeños ante un escaparate lleno de juguetes. Las columnas de la plaza, nos vigilan, cono orgullosas de la multitud que las visita cada día. Según nos informa el guía que nos acompaña, las dos columnas representan a los dos patrones tradicionales de la ciudad: San Marcos, representado por el león alado, y cuyo cuerpo fue robado al imperio bizantino; y San Teodoro, patrón único de la ciudad hasta el momento del robo. La basílica de San Marcos preside la plaza, imponente, chulesca, y el Campanile la acompaña en la altura. Hacia él nos dirigimos, vamos a subir. Entre nuestro grupo se escuchan murmullos de admiración allá donde miramos. Subimos en el ascensor, en grupitos reducidos, y nos juntamos arriba. La vista es espectacular. El Mar adriático resplandece con brillo esmeralda bajo nuestros pies, y la basílica, altiva, desde aquí aún es más impresionante. Aquí arriba observo las casas que aparecen entre los numerosos canales que crean el complicado entramado urbano de la ciudad. Cada edificio es un mundo, y toda la arquitectura de esta ciudad me fascina. ¿Cómo, después de tantos años, y tantas inundaciones, la ciudad se mantiene igual, tan bella, tan perfecta? Y su gente… Son geniales, pases por donde pases se respira alegría, felicidad. Bajamos de la torre, aun admirados, y observamos uno de los numerosos puestos ambulantes. Infinidad de caretas de carnaval nos asombran; rojas, azules, blancas… Infinitos colores, infinitas formas, y una sola tradición detrás: el increíble carnaval veneciano. Alguna vez vendré en carnaval, me lo prometo a mí mismo. Nos dejan el resto del día libre, y nos perdemos en el interior de la ciudad. Caminamos sin cesar, fotografiando los lugares emblemáticos y cruzando los numerosos puentes que encontramos. Miro el reloj. Va siendo hora de comer. Entramos a un restaurante. Pido una pizza, y la degusto. Está increíblemente buena. Entre bocado y bocado, miro disimuladamente a Mireia, y le guiño un ojo. Ella sonríe. Todo va sobre ruedas.
Salimos del restaurante, y mis amigos quieren coger una góndola, Isa les secunda, emocionada. Caminamos hasta un puente, donde hay varias estacionadas. ¡Mierda! Caben 6 personas, y nosotros somos 8.
-Yo me quedo, venga, da igual –digo algo apesadumbrado- pero alguien tiene que quedarse conmigo…
-¿Quieres que me quede contigo? –pregunta Isa
-Sé que te hace mucha ilusión montar en góndola, Isa… monta.
-Está bien… -cede, realmente como quería, y baja levemente la cabeza- entonces… ¿quién más se queda?
Miro a todos mis amigos, que intentan hacerse los despistados, ninguno de ellos quiere perderse el viaje en góndola. Me quedo mirando a Mireia, esperando que sea quien dé el paso de quedarse conmigo. Finalmente lo hace.
-Venga, yo me quedo con Erik –interviene Mireia-
-¿Estás segura? –pregunto-
-Sí. –Su rostro me muestra seguridad en la decisión –venga, chicos, coged la góndola –se coloca a mi lado, mientras los demás suben a la góndola. Miro a Isa y le guiño un ojo. Ella sonríe, y me hace un gesto que sólo entendemos ella y yo. Se alejan, y nos dicen adiós con la mano. Giro la cabeza y miro a Mireia. Ha llegado el momento.
-Bueno… y ahora ¿qué hacemos? –Pregunta-
-Tengo una idea… -sonrío- ven conmigo –le ofrezco la mano, y cuando la coge, empiezo a correr, haciendo que me siga.
Corremos sin descanso, riendo, serpenteando para no llevarnos por delante algún puestecillo. Giramos un par de calles, cruzamos un par de puentes y llegamos a la esquina del bar donde comimos.
-¿Otra vez aquí? Esto ya me lo sabía, eh –ríe-
-Espérame aquí, anda –sonrío y me alejo un momento, girando la esquina. Saco la cartera, y termino de organizarlo todo. Va a ser perfecto, lo sé. Vuelvo a su lado, rápidamente, para que no se impaciente- vale, ya está. Ahora tienes que cerrar los ojos y confiar en mí, ¿vale? –Ella sonríe, ilusionada pero sin entender lo que pasa.
-Está bien… -cierra los ojos, y lentamente la voy guiando hasta el lugar indicado. Sonrío y susurro en su oído.
-Ábrelos…
Y en ese momento los abre, descubriendo ante ella una góndola doble, esperándonos, con el gondolero ofreciéndole la mano para ayudarla a subir. La impresión la tiene en estado de shock.
-Es… ¿Es para nosotros? –balbucea-
-Claro –sonrío- sube, anda.
Logro que suba, y yo tras ella. Nos sentamos juntos y me abraza, agradeciéndome el detalle. Comenzamos la travesía. El gondolero, Massimo, nos va indicando los lugares emblemáticos del paseo: la casa de Marco Polo, la de Casanova, el ponte Rialto, la salida al Gran Canal… mientras nos ilustra con cantidad de anécdotas de su trabajo. Al llegar al Gran Canal, lejos de miradas indiscretas, le hago un gesto con la cabeza a Massimo para que se detenga, cosa que hace inmediatamente.
-¿Qué pasa? ¿Por qué se para? –Pregunta ella, desconcertada-
-Bueno, verás… -sonrío y la miro fijamente. Ahora si ha llegado el momento- bueno… llevo unos días queriendo hablar contigo. En estas últimas semanas te has convertido en algo realmente importante para mí. Desde que te conocí, las cosas han ido mejor, y me estás ayudando muchísimo. De hecho, creo que me estás ayudando a olvidar a Noemi… -hago una ligera pausa, para tomar un largo sorbo de aire y finalmente suelto las palabras que pesan en mi interior- Mireia, creo que te quiero
Y se hace un silencio, pero no un silencio incómodo, sino un silencio en el que se dice todo, con tan solo una mirada, no hace falta nada más.
-¿Hablas en serio? –Susurra finalmente, mientras se le ilumina la cara-
-Claro… -sonrío- ¿quieres que estemos juntos?
-Pff… claro que quiero –una amplia sonrisa adorna su rostro, quitando los nervios acumulados en mi estómago de un plumazo- llevo mucho tiempo deseándolo…
Y ya no hace falta decir nada más. Lentamente, nuestras caras se van acercando, nuestros labios se rozan, y en ese momento se detiene el tiempo, el mundo cesa de girar, y sólo estamos ella y yo, y nuestros labios, simplemente siendo felices, en medio de la estampa más bonita de la tierra.