No pude tener más suerte

Hace exactamente 366 días, un avión despegó desde la T4 de Barajas. Diréis, sí, cada día despegan cientos de aviones. Y llevaréis razón, pero este avión era especial. Lo era porque, dentro viajaban 50 estudiantes llenos de ilusión, de ganas, con la maleta repleta de energía y de emoción, para conocer un nuevo país. Ese vuelo viajaba en dirección a Italia.
Ciertamente, dentro de ese grupo de 50 personas, había numerosos "mini grupos", gente que llevaba varios años juntos, e incluso varias parejas. Pero también había gente, que simplemente quería conocer la experiencia, y aprovecharla para, quien sabe, si conocer más gente de la que conocía antes de subir a ese avión. Sí, ese era mi caso.
Como es lógico, empecé hablando con mis compañeras de habitación, las cuales me habían tocado por sorteo. Y me parecieron bastante majas, chicas normales... Ya se sabe, las primeras impresiones a veces son equivocadas. Cuando aterrizamos en Milán, intenté mis primeros acercamientos, mas tampoco me sentía muy segura de mí misma. Ya en el centro de la gris cuidad, puse mi mejor sonrisa en la cara, e intenté, al menos parecer simpática. Mas aun así, no me sentía del todo cómoda. Notaba que no me integraba, que ese no era mi lugar. Pero, un pensamiento llegó a mi mente: he venido a divertirme, a disfrutar de Italia, y a pasármelo bien. ¿dónde podría estar mejor que aqui? y mi mentalidad cambió inmediatamente. En Verona me reí, me hice fotos, y disfruté como una enana. Aun sin tener grupo definido, yo me lo pasaba pipa. Aquella primera noche en el hotel de Venecia, mentiría si dijera que la recuerdo perfectamente, está difusa en mi cabeza, quizá intencionadamente, quizá no. Recuerdo que fuimos a la playa, en pleamar, y por una pasarela nos introducimos varios metros en el mar, sobre él.
Pero bueno, para que mentir. El día más importante de ese viaje, y puede que de todo el curso, fue el siguiente. El segundo día en tierras italianas.
El vaporetto navegaba, acercándonos a tierra veneciana, y la imagen de la preciosa ciudad aparecía ante nuestros ojos, cada vez más y más cerca. En el puerto, montones y montones de puestecillos nos esperaban, hambrientos ante nuestras carteras aún llenas y nuestro ansia de souvenirs. La primera parte del día fue una visita de grupo, de las muchas que hicimos. Y, en la subida al Campanile, encontré lo mejor que me pude encontrar, lo mejor que me pudo pasar en ese viaje. Los encontré a ellos. Eran un grupo de tres, y yo, en ese momento iba con dos de mis compañeras de habitación. Escuché su conversación. Querían montar en góndola, lo que yo también deseaba. Y, sin saber muy bien como, acabamos juntándonos para rebajar el precio del paseo. Y, desde ese momento, desde esa bajada del Campanile, no nos hemos separado.

Porque, cuando encuentras alguien como esas personas que conocí yo, hoy hace 365 días, en el fondo de ti mismo sabes que jamás te arrepentirás de haberlas encontrado, sabes que merece la pena conocerlas, sabes que son ESPECIALES.
Porque no hay otro adjetivo que os pueda definir, chicos, ESPECIALES. Porque jamás había conocido a nadie como vosotros, y porque sé que nunca lo haré. Porque cambiasteis mi viaje, haciéndolo más inolvidable de lo que nunca había llegado a pensar. Porque me alegrasteis los días, y aun lo seguís haciendo.
Porque con vuestras tonterías, vuestras chorradas y vuestra locura, pude ser como soy yo, y no como pretendía ser para ser integrada. Porque sé que puedo contar con vosotros para lo que sea. Porque si no fuera por vosotros, no sé que hubiera hecho. Porque sois el mejor regalo que me ha hecho la vida en mucho tiempo. Porque llevamos un año ya juntos. Y porque nos quedan muchos, MUCHISIMOS años por celebrar.

Os quiero mucho chicos, ya lo sabéis... Un año. Primero de tantos.