Obvio Nen@!


lunes, 14 de marzo de 2011

Music was my first love... and it will be my last

Hoy, finalmente y a causa de mi latosa gripe, he tenido que cancelar el concierto que tenía previsto, ese concierto que quería brindarle a mi abuelo, ya que mañana se cumple un año de su fallecimiento. Y no sólo me duele haber cancelado este concierto por esta razón. Me duele porque, si un concierto se cancela, se van al garete horas y horas de ensayos que la gente no presencia; se tiran por tierra ilusiones, fuerzas, ganas de disfrutar y hacer disfrutar con la música. Pero hay veces que, por motivos superiores a nosotros, hemos de hacerlo. No sólo quería brindar este concierto a mi abuelo, sino también, en mi propia cabeza, quería dedicarlo a tantos miles y miles de personas que lo están pasando mal por la tragedia en Japón. Muchísimas fuerzas para ellos. Pero bueno, pasamos página, y sé que todavía me quedan unos cuantos conciertos este año para poder dedicarlos, como siempre hago, a esas personas que ya no tengo conmigo, pero que, en realidad, nunca me dejan sola.


Y, siguiendo el hilo de los conciertos, quería contar alguna anécdota de los muchísimos conciertos que llevo durante mi "carrera musical". Cada audición es un mundo, y puede pasar cualquier cosa. Es más, lo raro es que, en un concierto no ocurra nada imprevisto. Entrando en casos particulares, recuerdo un concierto al que asistí. Tocaba un compañero mío, trompista, y estaba presente el reconocido trompista internacional Raúl Díaz, encargado de impartir un curso y concierto en el propio conservatorio. Bueno, pues, los nervios y la mala organización le jugaron una mala pasada a mi compañero. A la hora de afinar le sonó agua dentro de la trompa, y empezó a sacar y meter tubitos en el instrumento, buscando el que llevaba "premio" y claro, como apenas tiene tubos el bichejo, pues estuvimos 20 minutos de reloj observando el ajetreo. Y para que? para 3 minutos de obra, que finalmente, sonó desafinada.
Otra anécdota, esta más reciente, ocurrió durante el concierto de la Banda en la que actúo, en Junio de 2010. Como de costumbre, antes de empezar el concierto, nos retiramos a la zona de trastienda, detrás del escenario, dejando los instrumentos recién afinados en el escenario. Bien, pues en el momento de entrar, con todo el público ya sentado en las butacas, el clarinete solista (y concertino) tropezó y le dio una soberana patada a su instrumento, colocado en el soporte junto a su asiento. El clarinete cayó con estrépito, y un ohhh general retumbó por el auditorio. Afortunadamente, el caro instrumento no sufrió daños, y el concierto se desarrolló con normalidad.
Hasta aquí todo bien, pero, he de reconocer que, personalmente, también he vivido momentos "estelares" en actuaciones. Desde llevar el pie escayolado y subir al escenario en plan "robocop" con muletas, hasta la más destacada, ocurrida las pasadas navidades, y que yo catalogo como "el peor concierto de mi vida". Era una audición de música de cámara, y, aunque no estaba nerviosa, justo antes de salir me entró el típico tembleque característico. Mi primera pieza a tocar junto a mi compañero (guitarrista) era sencilla, mas el principio era complicado para mí. Bien, pues, como era de esperar, a la primera, la cagué. No entré cuando debía. Por suerte, Javi, gran compañero y amigo, se dio cuenta y volvió a empezar disimuladamente. Pero mi desastre no habia hecho más que empezar. Entre obra y obra, se abrió la puerta, lo cual no suele estar permitido, y un montón de gente se dispuso a entrar y salir, mientras Javi y yo nos mirábamos sobre la tarima con cara de circunstancias. Tras unos minutos de tránsito, empezamos nuestra segunda pieza. Era una obra de música contemporánea, atonal, y completamente disonante. Una joyita, vaya. La cuestión, tenía dos movimientos, cada uno de los cuales con dos hojas. Bien, pues, comenzamos a tocar, y, todo iba bien hasta llegar al cambio de página, cuando me dí cuenta que había colocado la hoja del segundo movimiento en el lugar del primero. Palidecí y empecé a gritar ¡Para! ¡Para! Javi paró, y tras colocar la partitura, como si nada hubiera pasado, dí la entrada y continuamos con la obra. Mas en mi cabeza no paraba de repetirme "¡TIERRA TRÁGAME!"
Para terminar mi "gran actuación" la última nota de esa obra era un acorde disonante tocado "a toda ostia" como se suele decir. Bueno, pues los nervios, la vergüenza pasada y ese ridículo final, hicieron que, como culminante, me diera la risa tonta recién acabó la pieza... un espectáculo, realmente.
Pero bueno, también he tenido muchísimas buenas experiencias en este mundo, y espero que me queden muchas más. De momento, seguiré esperando a la próxima, y ya os contaré.


Hasta mañana plebezuelos ;)
(K)

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